Estaba tan entusiasmada con la historia de amor que acababa de vivir... Nunca antes había vivido una relación tan maravillosa, tan alegre, tan libre, tan sincera, tan espontánea...
Él se acababa de marchar.
Ella lo echaba de menos. Siempre que escuchaba aquella canción, su canción, se paralizaba y sentía el peso de la nostalgia sobre su pecho. Lo anhelaba, sí. Pero se sentía feliz de haberle conocido, de haber podido vivir esa fugaz experiencia, era afortunada.
Temía y buscaba esa canción una y otra vez hasta que, un día, su compañero de curso, paciente y detallista siempre con ella, le trajo una cinta de música con aquella canción grabada...
Se puso tan contenta que decidió irse a almorzar con él para celebrarlo. La tarde relajada y plácida cobró matices afines. Le pareció tan buen amigo que le gustó más de lo que ella había imaginado... y, tras el largo día, acabó entre sus brazos en unos románticos y frescos jardines en una cálida noche de verano.
Adiós, tita Rocío.
Hace 12 años
